Silvio y la esperanza entre la adversidad
Silvio y la esperanza entre la adversidad

Cada día de la pasada semana, el cielo pareció abrirse y descargar su furia sobre la isla, anegando las arterias de las ciudades y campos bajo un torrencial diluvio. Sin embargo, el pasado 19 de septiembre fue el único día de la semana en que La Habana se libró de tormentas. La presencia de un personaje tan mítico como Silvio Rodríguez y el regreso del que quizás sea el trovador más importante de la historia cubana a los escenarios nacionales terminaron por alejar cualquier indicio de lluvia. Tal vez porque el clima y esos semíes a los que los primeros pobladores de esta tierra veneraban, también querían escuchar a Silvio.

Sin importar el menguado transporte, la lejanía geográfica, la escasez de fluido eléctrico o el cordón de seguridad que debía superarse para asistir al constreñido escenario —dada la presencia del presidente y la (no) primera dama—, cientos de personas aguardaban desde bien temprano al hijo de Argelia y Dagoberto. Hubo quienes salieron directamente del aula o el trabajo con nada más que una escasa ración de comida en el estómago y otros que superaron largas distancias interprovinciales con tal de estar ahí.

La escalinata como escenario, más simbólico que pragmático, no fue casual. El propio Silvio había insistido en abrir su gira en el lugar que concentró a tantos jóvenes valiosos como Mella, Barceló o Echeverría, cuya rebeldía un conjunto de estudiantes pretendieron rescatar frente al paquetazo neoliberal del régimen y a cuyas protestas el trovador, tan cercano a las luchas políticas y sociales, no fue indiferente.

Cuando el reloj marcó las siete, hora en que había prefijado el comienzo de la cita, el autor de Ojalá subió al escenario y, apegado a su tradición, captó con el lente de la cámara a un público que se empeñaba porfiadamente en caber dentro del encuadre. Entre el bullicio de los aplausos, chiflidos y loas, Silvio dio inicio al concierto citando a Martí y aquel fragmento en el que el Apóstol lanzase su sentencia más conocida y cercenada: «Ser culto es el único modo de ser libre. (Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno)».

A Alas de Colibrí, tema con el que daría inicio a las dos horas y un poco más de concierto, le seguirían canciones de su más reciente álbum —Quería saber—, la Yolanda del eterno Pablo Milanés, Créeme de Vicente Feliú y otras más clásicas y de su autoría como Eva, La Maza, El Necio, La era está pariendo un corazón, Ángel para un final y Ojalá, que el trovador entonaría aupado por un público que lo aplaudía hasta el cansancio, ávido de su voz.

Con estos títulos, ese público tan variado que asistió a la escalinata se volvía a ratos una sola voz, canalizando en los versos de Silvio todo lo que ha debido de cargar a cuestas en estos últimos años, pensando, quizás, en los que hubiesen querido estar también, gritando el «me vienen a convidar a tanta mierda».

«(…) pienso en ustedes, judíos de Jerusalén y Jericó, pienso en ustedes, hombres de la tierra de Sión, que estupefactos, desnudos, ateridos cantaron la hatikvah en las cámaras de gas; pienso en ustedes y en vuestro largo y doloroso camino desde las colinas de Judea hasta los campos de concentración del III Reich. Pienso en ustedes y no acierto a comprender cómo olvidaron tan pronto el vaho del infierno», expresó Silvio recitando a Luis Rogelio Nogueras mientras su hija Malva le colocaba un kufiya sobre los hombros, agitando aún más a una masa a la que, de haber anunciado una candidatura a la presidencia, lo hubiese elegido por amplia mayoría.

Pasadas las nueve, el hombre que aún a sus setenta y ocho años arrastra multitudes, lo mismo en La Habana que en el D.F., señaló el cierre del concierto con un Venga la esperanza que, más que canción, representó una oración entre un pueblo privado y urgido de ella y que, ojalá, termine por reencontrarla pronto, como también, ojalá, vuelva a reencontrarse más temprano que tarde con el cantautor que sintetiza en su voz y su poesía el alma de una isla y une, amén de diferencias políticas, sociales y económicas, a toda una nación bajo un mismo canto.

por José Carlos Aguiar Serrano

Exprofesor universitario cubano. Colaborador en distintos medios en la isla.

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